19 de mayo de 2012

OFICIO-POÉTICO




“Una obra de arte es buena cuando nace de la necesidad.
Es la naturaleza de su origen quien la juzga.”

(Rainer María Rilke – Cartas a un joven poeta)

     Hubo quien juntara y despegara los labios despectivamente para preguntarse más de una vez, “¿por qué escriben los poetas?”, y más de alguna vez, la nauseabunda respuesta que taladró tímpanos y pensamiento fue siempre la menos certera. El que una persona sepa leer o escribir, es decir, que posea la particularidad de incurrir en la simple tarea de juntar letras para hacerlas palabras, no quiere decir que pueda crear y entender de poesía. «En otras palabras, como el lenguaje, instrumento diario de comunicación, es familiar a todos, todos se sienten competentes, aun en aquellos casos en que el lenguaje se ha empleado en una “configuración”.» (Johannes Pfeiffer, 1951). Es un oficio mucho más complejo de lo que aparenta. El poeta es el encargado de romper con ese lenguaje monótono y coloquial, que adormece al hombre en su agonía. Hace suyo un lenguaje que transgrede toda regla gramatical y hasta ortográfica, que se sale de toda lógica para rascar las paredes de la locura. Abstrae para escribir sentimientos que, a su vez, dibujan imágenes más allá de toda conciencia. Le recuerda al ser que aún existe algo dentro de sí: él mismo. 

     La idea de compartir poesía con el mundo jamás podría ser –en la verdadera poesía- la de engrandecer el ego del poeta. No es para verle hincharse en versos, estrofas pomposas y palabras rebuscadas, revolcándose y estallando en su intelecto agigantado carente de todo sentido. El verdadero poeta es, ante todo, un ser extraño y solitario que intenta descifrar el mundo desde su perspectiva, aunque puede que, muy a su manera sea el mundo el que intente descifrarse en él. Es imposible imaginar siquiera lo que puede abrirse a los pies de una mancha de tinta, esbozada para tallar a gritos el alma humana. 

     Su tarea es la de impactar los sentidos, abrirle los ojos al sentimiento entumecido. Para ello, requiere de una inmersión constante hacia lo más profundo de su silencio, en donde calla ruidosamente para aprender a hablar. El verso, debe imprimírselo en la espalda, tatuárselo para llevarlo siempre, no como una carga sino como el más bello de los bagajes. Precisa devastar su propio ser a través de sus más íntimas inquietudes, y surgir de nuevo desde la tierra más árida, con el único propósito de echar raíz. Plantarse no para hacer sombra, sino  para dejar pasar palabras como frutos de luz entintada.

     Si el poeta falla en ese palpitar, es porque en algo habrá equivocado el oficio. La misma semilla entregada no provenía en su totalidad esperando germinar. A veces el que se dice escritor, resulta siendo un pálido espejismo que espera abarcarlo todo, en esa lánguida nada. Es precisamente por ello, que la escritura debe surgir a partir de una necesidad. El poeta debe sentir como esa carencia que arrastra a todo un cosmos al vacío, ese sigilo que se posa poco a poco en la boca de los hombres, es ese mismo abismo que la poesía debe llenar. La poesía es la vida misma. Cantando desde los inicios del habla, en el alba del pensamiento humano, la poesía fue y será. Pero sobre todo: es.   







Ana Gabriela Asturias

Ejercicio No.1 (Luego de muchísimo tiempo y a punto de cumplir las 35 primaveras).

Tiene que haber algo más en la vida que esto ¿No? Tengo la impresión de que antes todo duraba un poco más. Claro, puede que todo esto sea só...