Los árboles, los anuncios publicitarios, las nubes, las casas, los antros de mala muerte, las esquinas llenas de mujeres putrefactas en olvido, la gente, gente vacía inmersa en universos paralelos; pasaban desgarrando el oído de quienes íbamos montados en la garrapata de metal, que torpemente se abría paso por entre la selva urbana que se extendía a lo ancho y a lo largo de nuestras rutinarias vidas.
El mecer del pedazo de camioneta, me iba sumiendo en una especie de estupor, en una especie de eco chillón, berrinchudo. Tuve la sensación de haber cerrado largamente los ojos, pero no podría estar segura. Quizá nunca sabré si estoy dormida...
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